Camino de transformación

Camino de transformación
La Luz siempre vibra en una frecuencia muy alta. Conforme nuestros cuerpos y órganos se armonizan nos hacemos canales más puros y se producen cambios casi imperceptibles al principio, pero luego de forma más consciente con la purificación y la curación que experimentamos sucesivamente y según lo que necesitamos. El Amor y la luz han de ser inseparables para que podamos sanar lo más profundo en nosotros... todas nuestras heridas multidimensionales. Hay muchos caminos para trabajar la luz y todos tenemos de forma latente unos dones particulares para ello.... Yo siempre digo que al igual que en el plano material de la tierra trabajamos para nutrirnos, en los planos sutiles energéticamente también es así. Es inevitable sentir que uno tiene algo que hacer y buscar sin saber el qué, donde y como. Lo primero para empezar a recordar es hacerse consciente de ese anhelo y aceptar los signos y las señales que te irán despertando y guiando a lo largo del camino de transformación. Recuerda que la energía no se destruye... se transforma y refina, conforme la trabajamos en nosotros nos sincronizamos, nos conectamos y nos alineamos con ella. Como otras tantas técnicas el Reiki es un camino sencillo para iniciarse en el manejo de las energías y empezar a ofrecer un servicio útil al mundo. Yo tengo la maestría en varias técnicas. Para quien le vibre este método y contactar conmigo puede enviarme un e-mail a aymeluzyan@ymail.com.

*LA FUERZA DEL AMOR

VIDEO PRECIOSO QUE NOS HABLA SOBRE LA FUERZA DEL AMOR... NO TIENE DESPERDICIO. AL FINAL LA BASE DE TODO ARREBATO ES EL DESCONTENTO POR LA INSEGURIDAD QUE PRODUCE LA FALTA DE AMOR... EN UN INTENTO DE PROTEGERNOS LO BUSCAMOS FORZANDO SITUACIONES CON METODOS ERRONEOS. ¡MARAVILLOSA Y ESCLARECEDORA TECNICA PARA REPARAR DAÑOS, TRANSFORMANDO EL DOLOR Y TRANSMUTANDO LA IRA...!!! ¿QUE OPINAIS...?

miércoles, enero 6

* El arte de saber pedir *



El “pedid y recibiréis” y nuestro poder creador



por Francisco Manuel Nácher






Cristo enunció una ley natural cuando nos dijo aquello de: “Pedid y


recibiréis”. Pero esta afirmación - esta enseñanza, este consejo, esta


certeza, pues todo ello es - entraña la necesidad de entender todo el


contenido oculto en esa frase. Porque, a primera vista, no parece que


Cristo estuviera diciéndonos que pidiéramos lo que quisiéramos y se nos


concedería sin más. Ni que conviniera hacerlo.


Entonces, ¿qué quería decirnos? Para responder a esta pregunta


hemos de reflexionar un poco. Y para ello hay que preguntarse primero qué


quería decir con la palabra “pedir”.


Y esto ya no es tan fácil de dilucidar. A poco que se piense, hemos


de concluir que “pedir” significaba “desear obtener algo de alguien”.


Y aquí se bifurca ya la idea. Porque, sin quererlo, vamos a parar a la


lucha permanente entre el cuerpo mental (la mente), y el cuerpo de deseos


(los deseos, las emociones, los sentimientos, las pasiones). Porque ambos


pueden afectar, no sólo a nuestro interno, sino al exterior. Ambos pueden


dirigirse a otro ser y producir en él un efecto determinado, según su


contenido y su intensidad. Pero todo esto se comprende y se dilucida mejor


con un ejemplo:


Imaginemos que una persona desea obtener algo: aprobar una


oposición o lograr hacer un trabajo o terminar algo empezado o cualquier


otra cosa.


Si desea algo es porque no lo tiene. Y, si no lo tiene y lo desea,


alberga siempre cierto temor de no lograrlo, puesto que no puede


conseguirlo personalmente y ha de solicitarlo de alguien. Por tanto,


mientras esté deseando eso, no será completamente feliz y mantendrá esa


duda y ese temor que, a medida que pase el tiempo y tarde en realizarse su


deseo, irán creciendo en intensidad.


Y si, en esa situación, se le ocurre orar pidiendo la obtención de lo


que desea, ¿qué ocurrirá? Pues, teniendo en cuenta que somos seres


creadores, (aunque casi nadie se lo cree realmente), ocurrirá que las fuerzas


de la naturaleza (entendiendo por tales los “obreros” de los planos


superiores, que siempre obedecen las órdenes de los seres creadores)


estarán recibiendo, a la vez, dos órdenes opuestas a cumplimentar: por un


lado, la forma de pensamiento de la oración, pidiendo lo que se desea y, por


otra parte, el sentimiento subconsciente (y su forma de pensamiento


correspondiente) de duda y de temor creciente de no lograrlo.


En esa situación, ¿qué triunfará? ¿A cuál de las dos órdenes harán


caso los planos superiores? Lógicamente, a la más fuerte. Y, si lo más


fuerte es el pensamiento que contenía la oración, el deseo contenido en ella


se verá realizado y se obtendrá lo solicitado. Pero, si lo mas fuerte es el


sentimiento (y su pensamiento subconsciente) de que no se va a lograr,


podrá con el pensamiento petitorio y el objeto de la oración no sólo no se


obtendrá, sino que cada vez el sentimiento de que no se logrará será más


fuerte y cada vez que se ore para obtener lo deseado, se robustecerá más


esa emoción de falta de confianza y, consecuentemente, de fe.


O sea que, en ambos casos, la ley natural se cumplirá y recibiremos


lo solicitado (bien entendido que para los planos internos lo solicitado será


la “orden” más fuerte que hayan recibido, porque todas las órdenes de los


seres creadores se obedecen y todas las leyes naturales se cumplen.


Precisamente por eso, para evitar esa situación, opuesta a nuestro


deseo, pero por obra nuestra como él, y debida a nuestra ignorancia, Cristo


nos confió la fórmula secreta para lograr lo que deseemos al


decirnos:“Cuando pidáis algo, pedidlo como si ya lo hubieseis recibido. Y


entonces lo recibiréis”.¿Y, por qué ese sistema


un tanto extraño? Porque de ese modo, al


sentirnos felices y seguros por “haberlo recibido” nos desaparece el


sentimiento de miedo de no lograrlo y, por tanto, a los planos superiores


sólo llega el pensamiento contenido en la oración y, por lo tanto,


recibiremos lo solicitado.


En realidad, esto ratifica la necesidad inexorable de la fe cuando


oremos, y nos demuestra que no hay nada más contraproducente que una


oración sin fe. Y ello como consecuencia, por un lado, de nuestra capacidad


creadora y, por otro, de nuestra ignorancia de las leyes naturales y de las


energías que movemos con nuestros pensamientos y deseos.


Así que en todo lo que pensemos, deseemos, hagamos o pidamos,


que no son más que órdenes dirigidas a la naturaleza, ha de estar presente


siempre la fe, esa seguridad, esa certeza de que lo lograremos o mejor,


como quería Cristo, de que ya lo hemos logrado.


Y eso equivale a ser conscientes de que somos seres creadores y de


que la vida no es más que un entrenamiento permanente para que vayamos


aprendiendo a crear cosas cada vez más importantes. Y para que


comprendamos el cómo y el por qué de la responsabilidad que ello entraña


y de la razón de ser del karma.


Recordemos aquel pasaje evangélico en el que Cristo dijo a sus


discípulos: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, daríais a ese


árbol que se arrancase de la tierra y se arrojase al mar y el árbol lo


haría.” En él, el propio Cristo insiste en la necesidad de la fe, llamando fe


a la confianza en nosotros mismos, en nuestra condición de creadores.


Fijémonos sino en aquel otro pasaje en el que Cristo, tras visitar la zona de


Cafarnaum sin haber podido hacer allí ninguna curación, lo atribuyó a la


“poca fe” de sus habitantes. ¿Quién era (y es), pues, el que curaba?


Y recordemos también aquel otro momento del Antiguo Testamento


en el que Moisés, antes de llegar a la Tierra Prometida, obedeciendo una


orden de Jehová, tuvo que alumbrar una fuente para mitigar la sed de su


pueblo. Y dio a la naturaleza la orden de que, al golpear la roca con su


cayado, brotase una fuente pero, como lo hizo sin fe en sí mismo, en su


poder creador, su orden no fue obedecida y no dio resultado. Y Jehová le


ordenó repetirla. Y entonces, como ya había aportado la autoconfianza


correspondiente a todo milagro, se produjo éste y brotó el manantial. Pero,


por esa falta de fe en su poder creador inherente, como castigo (karma), no


pudo pisar ya la Tierra de la Promesa.


El apóstol Santiago, por su parte, en su única Epístola, nos dice


también muy claramente: “No obtenéis porque no pedís; o, si pedís, no


recibís porque pedís mal.”Y fijémonos en que Cristo,


antes de cada uno de sus milagros y de


sus actuaciones importantes, primero daba gracias al Padre, es decir, hacía


lo que nos aconsejó (agradecer como recibido lo que pedía, antes de


pedirlo), y luego lo pedía. O, mejor, lo ordenaba. Y así consta en la Última


Cena (Lucas, 22:19) donde primero “dio gracias al Padre y luego bendijo el


pan.”


Finalmente, recordemos la recomendación que insistentemente nos


hace Max Heindel: “Cuando pidáis algo, terminad vuestra oración con


las palabras de Cristo: “No obstante, Padre, que no se haga mi


voluntad, sino la Tuya”. ¿Por qué? Porque con mucha frecuencia lo que


creemos ser lo mejor no lo es y, como somos creadores, si no añadimos la


apostilla indicada, puede ocurrir que hagamos más mal que bien y, en


cambio, con ella, las leyes naturales (el Padre) se encargarán de no


obedecer nuestra orden si su cumplimiento fuera perjudicial para el


presunto beneficiario de nuestra oración.


Y así lo hizo hasta el final, cuando se dirigió al Padre diciendo:


“Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz”, pero luego añadiendo


precautoriamente esas mismas palabras: “pero que no se haga mi


voluntad, sino la Tuya.” Y las leyes naturales, - el Padre - como era más


conveniente la Redención, desoyeron la súplica.

No hay comentarios: