Cuentan que una vez
En un país muy rico y lejano, se realizó un encuentro al que asistieron todos los sabios de la Tierra; allí fueron recibidos con todos los lujos pertinentes. Cada uno ostentaba sus logros científicos y sabiduría; algunos incluso, mostraban sus propios inventos. Llamaba la atención poderosamente, el hecho de que había un común denominador en sus conductas: todos se miraban unos a otros, pero no podían verse entre sí. E incansablemente, usaban las dos mismas palabras para definirse: yo soy doctor en Astronomía; yo soy doctor honoris causa por la
yo soy doctor en Física y Matemáticas y así sucesivamente
Quizás se comportaban de tal modo, porque estaban enamorados de sus propios logros personales y no alcanzaban a descubrir en toda la sala, a la otredad. Sí, se refiere la cualidad del prójimo, aquella que tiene el poder de actuar por su sola presencia, sin presentaciones ni argumentos; simplemente, transformándonos evolutivamente. Algo así, como morir y renacer al mismo tiempo en cada encuentro con los demás.
En un extremo de tan lujoso recinto, se abrió suavemente la puerta y apareció un hombre, de aproximadamente unos treinta a treinta y tres años, quien dijo: Yo soy. Mas nadie lo escuchó entre tanta multitud y bullicio. Luego, sin dar explicaciones, partió ráudamente del lugar hacia el valle de los labriegos.
Pareciera éste suceso, tener alguna relación con aquel proverbio Sufí que reza así: Dios es simple, todo lo demás es compejo
anónimo
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