Disfrutar de lo que se es. Sin desear ser como otros, sin desear cambiar el color de sus ojos o la forma de su cabello.
El aceptarse como se es, no implica no cambiar. El aceptarse como se es, es el primer paso a la felicidad.
En la búsqueda de la felicidad el ser humano ha inventado fórmulas y estrategias que lo han llevado a perder lo más importante... El hombre y la mujer han perdido, el contacto con su ser interior.
Por mucho tiempo he estado llamando a los hombres y mujeres de las escuelas y organizaciones espirituales para que mediten. Y normalmente he escuchado que no saben meditar, me piden fórmulas, recetas mágicas para lograr establecer el contacto con su ser interno.
El ser piensa que escucharse no tiene sentido porque cree que meditar es pensar y no percibe diferencias entre estos dos actos.
Pero meditar no es pensar.
Meditar es trascendente.
Pensar es trivial.
Meditar es profundizar en lo más interno del ser, preguntar, preguntar, preguntar y volver a preguntar... y después. Cuando las preguntas cesen... escuchar, escuchar, escuchar... y volver a escuchar.
Dejar que el corazón hable. Que la personalidad cansada de buscar respuestas afuera, cansada de escuchar comerciales en la televisión dando consejos contradictorios para que las personas vivan una vida que no tienen y se conviertan en personas que no son, deje finalmente que el corazón hable.
Y tal vez no le diga mucho, tal vez sólo diga: “busca a Dios dentro de ti”, tal vez sólo le diga: “no sufras, yo estoy contigo”.
O tal vez simplemente surja la convicción de que: “no tienes porque ser lo que no eres” o “no tienes que tener eso para ser feliz”... pero el logro será inmenso, porque el alma ha hablado y ha sido escuchada.
Ese es el primer paso, es el primer escalón para encontrarse consigo mismo, la meditación es el ejercicio más valioso que un discípulo puede hacer para llegar a reestablecer el contacto con su alma.
Pero debe hacerlo con disciplina. Debe hacerlo con la misma regularidad con que toma sus alimentos. Debe hacerlo parte de su vida.
La felicidad no es algo inalcanzable, la felicidad es el estado natural del ser, es el estado donde el ser humano honra a Dios. La felicidad atrae la salud, normaliza las funciones del cuerpo, genera energía positiva en la vida de la persona y de las que lo rodean. Es una fuente continua de vida rebosante, de buen humor, de bienestar.
Y no implica que las personas no deban sufrir, la vida inevitablemente viene cargada de lecciones, pero la persona que ha aprendido a ser sencilla, toma el sufrimiento que la vida le da y se pregunta: ¿cuál es la lección que se esconde detrás de este sufrimiento?
Cuando esa pregunta es respondida, el sufrimiento se torna menos pesado. Ya aprendimos lo que lo causó y ahora trabajamos en las otras preguntas importantes: ¿por qué me duele tanto? ¿qué parte de mí debo fortalecer para que no me duela tanto?
El ser humano debe aprender a amar sin apegos, el amor es un sentimiento que proporciona libertad. Amar, en su forma más pura, es libertad.
Amar con apegos, es necesidad. Y la necesidad es síntoma de que hay algo que nos falta para estar completos.
Los dolores del alma muchas veces se deben a la incomprensión, no de los demás, que no entienden “lo que yo hago por ellos” sino de la persona que sufre que no entiende que debe amar a las personas por las personas mismas y no esperando algo a cambio.
El amor es algo personal, no se puede esperar que otra persona sienta exactamente lo mismo que nosotros sentimos. Ellos son libres de sentir como su corazón les dicte, pero hay algo que no debemos olvidar: en el grado de amor que concedamos a otras personas estará el grado de amor que recibiremos de ellas o el tamaño de la lección que dejaremos en sus vidas.
Habrá muchas ocasiones en que las personas a las que amamos no nos den la misma calidad de sentimiento, pero en algún momento de sus vidas ellas sabrán que hubo alguien que las amó profundamente y eso les estará enseñando una lección de amor... si nuestro amor hacia ellas es lo suficientemente grande, el haberles dejado esa lección debe ser suficiente para que nosotros encontremos consuelo al saber que hemos hecho algo por ellas.
La felicidad es entonces el segundo paso para llegar a ese camino hacia la luz.
Recuerden que en este sendero que juntos andamos, primero iniciamos un cambio interior y poco a poco empieza a darse un cambio en el exterior.
Primero se es y luego se hace. Primero se transforma el ser y después se transforma el mundo en el que vive.
Seguir el camino hacia la luz es seguir una de las más grandes aventuras que el ser haya emprendido en su vida.
Es encontrar el vellocino de oro que... al igual que Ulises... habrá que encontrarlo después de superar muchas batallas.
El Llamado por MVM Melquizedek